El Indec calcula la pobreza comparando los ingresos con el costo de una canasta básica total que se estima está en unos 240 dólares.
La pobreza en Argentina alcanzó al 52,9% de la población en el primer semestre del gobierno de Javier Milei, una cifra que refleja el drama de muchos, como Viviana Quevedo, despedida en diciembre y poco a poco sumida en la miseria.
A los 57 años, esta madre soltera que trabajó hasta diciembre como empleada de limpieza, ya no puede pagar una vivienda y está al borde de quedar en la calle. Ella y su hija de 13 años engrosan la cifra de pobreza que divulgó este jueves el Indec.
El índice, 11,2 puntos porcentuales mayor al del segundo semestre de 2023, refleja el impacto de una política de ajuste fiscal impulsada por el gobierno de Milei que, centrada en reducir el gasto y la inflación, profundizó la recesión económica.
«Se necesita una ecuación que haga compatible crecimiento con distribución. Sólo así podremos revertir esta tendencia de aumento en la pobreza», dijo a la AFP Santiago Coy, sociólogo e investigador de la Universidad de Buenos Aires.
El Indec calcula la pobreza comparando los ingresos con el costo de una canasta básica total que incluye alimentos, bienes y servicios y se estima en unos 240 dólares.
‘Sin dignidad’
Hasta diciembre Quevedo limpiaba casas de familia, pero la recesión y el ajuste obligó a la clase media a achicar gastos, empujándola a una situación que primero consideraba pasajera. Ahora lleva nueve meses sin remontar.
«Estoy en una situación delicada, muy vulnerable. No consigo trabajar y voy a quedar en la calle el 30 de septiembre» por deudas con el hotel donde paga el equivalente a unos 25 dólares por noche.
En el segundo trimestre el desempleo se ubicó en 7,6%, en un contexto de recesión con caída del PIB del 1,7% en el segundo trimestre con relación al primero. La inflación, aunque en retroceso, sigue entre las más altas del mundo y alcanzó 236% en los últimos 12 meses a agosto.
Sentada en la vereda de una avenida comercial del opulento Barrio Norte, la presencia pulcra de Quevedo con un puñado de copias de su C.V. a la mano, lejos de incomodar, despierta empatía.
«A la gente le reparto mi C.V. (currículum vitae) pero la edad me juega en contra. Igual no pierdo la esperanza de encontrar algo que me devuelva la dignidad que perdí, porque me siento una mujer sin dignidad», confiesa detrás del tapabocas que utiliza porque le avergüenza haber perdido varios dientes.
Por la tarde, es una madre más en la puerta de la escuela pública adonde envía a su hija. Por la noche acude a los comedores populares que organizan manos privadas solidarias.
Del gobierno recibe una asignación por su hija equivalente a unos 85 dólares al mes, un paliativo que el gobierno aumentó en 308% respecto a diciembre, lejos de los 108 dólares mensuales que requiere una persona para no ser indigente.
Una ‘cruda realidad’ sin cumpleaños
«En un país donde la pobreza se mide en ingresos, nos han empobrecido a todos», dijo el portavoz presidencial, Manuel Adorni, antes de que se divulgaran las cifras que, según él, «reflejan la cruda realidad» que atraviesa la sociedad a consecuencia de gobiernos anteriores.
Con el equilibrio fiscal como su meta primordial, el presidente ultraliberal aplica con mano de hierro un inédito ajuste. Desde diciembre, frenó obras públicas, despidió a miles de personas del Estado, eliminó subsidios a las tarifas energéticas, congeló el presupuesto educativo, liberó precios de medicamentos y vetó una ley para recomponer jubilaciones.
«La inflación es empobrecimiento y más pobreza para los más pobres, por eso la mejor manera de luchar contra la pobreza es luchar contra la inflación», dijo Adorni.
Pero se trata de una política que «deja un montón de excluidos», alertó la economista Marina Dal Poggetto al medio Cenital. «Y eso genera una sociedad cada vez más rota».
Mientras tanto, a Quevedo todavía le duele no haber podido celebrar a principios de septiembre el cumpleaños de su hija Pamela, como sí lo hizo en 2023.
«No pude ni comprar algo para que comparta en la escuela con sus compañeros», cuenta.
Extraña comer verduras, comprar pan para comer con mermelada y leche en el desayuno. «El hambre trae miedo, terror. Nunca viví una situación así en mi vida», reflexiona esta mujer para quien «está prohibido enfermarse».
«Siento que hay una agresión muy grande hacia los que no podemos salir de esta situación de hambre tan tremenda, no lograr alquilar una pensión», sostiene Quevedo, dispuesta sin embargo a «no bajar los brazos».
//La Razón